domingo, 22 de marzo de 2015

Domingos para tu batalla personal

Los domingos son la modorra del pensamiento positivo, e inevitablemente nos suele poner el pie la melancolía y zuas, quedamos barruntados de recuerdos que a veces no son tan gratos. Tal vez por eso -es mi caso- no suelo salir los domingos por la tarde, porque cuando el sol empieza a ponerse y los pocos negocios abiertos van cerrando sus puertas y despidiendo a los esquivos clientes, es entonces cuando divago en el que fui, en el que soy y en el ser humano que sigo convirtiéndome.


Las calles desoladas del centro de Guayaquil  -los domingos- pierden toda la jovialidad, sin el maquillaje de los transeúntes, son ancianas mudas; esfinges fantasmagóricas los pilares y soportales. Y suele darme la impresión de que tras uno de aquellos pilares o por aquellas calles podría aparecer el muchacho que alguna vez fui. El bus esta tarde por ejemplo continuó por la seis de marzo presentándome los típicos personajes que una y otra vez volverán a presentarse en esta comedia de la vida: el malandrín, la vendedora otavaleña que se apuraba a regresar a casa, los borrachitos rezagados, las familias saliendo de las iglesias, las parejas de enamorados con sus manos entrelazadas.. y yo. Yo quien alguna vez recorría esas mismas calles, apurando el paso, para regresar a casa luego de una jornada extenuante en Tía S.A., preguntándome si ese iba a seguir siendo mi destino, ya sabes, trabajar todo el día, sepultando sueños, y seguir los dictámenes de lo que la sociedad esperaba de mí a los veinte y algo: casarse y tener hijos, sólo para evitar las noches solitarias, sólo para tener a alguien que me "consuele" de tanto cansancio, sólo para llenar un vacío que esperaba que otra persona pudiera hacerlo por mí, y olvidar, olvidar quién era y qué recórcholis hacía en este mundo. Más de una vez había pasado por esas calles, viendo a otros hacer lo mismo que yo, apurar el paso, tratando de ganarle la carrera al tiempo, para no perder el bus, pese a que fuera atiborrado de pasajeros, y ver la misma expresión de otras personas de mi misma edad que íbamos quedándonos rezagados de las oportunidades. 

No sé si fui afortunado o tuve suerte, sólo sé que uno que otro sueño sí se me hizo realidad, otros quedaron sepultados para siempre en el panteón de las interrogantes sin respuesta. Tuvieron que pasar años para poderme dar cuenta que la fuerza estaba dentro de mí y que realmente nadie podía ayudarme si yo mismo no me convertía en mi mejor amigo. Si yo no era capaz de amarme y cultivar ese amor, cómo rayos esperaba poder encontrar la magia de la vida y ver esa magia en los demás? Pero por aquel entonces yo era otro, apocado, temeroso, con el corazón aprisionado en temores atávicos, genéticos, y que se encontraban enraizados muy en lo profundo de mi subconsciente. Definitivamente siempre existe y existirá un antes y un después cuando ocurre la liberación. No todos pueden enfrentar esos momentos decisivos, porque la verdad siempre duele y cuesta reconocerla.
Hoy me atrevo a decir que he sido bendecido, porque aún en los momentos más oscuros y trémulos, mi alma me decía por lo bajito que esperara, que fuera paciente y que sin saber ni cómo, ni cuándo algo iba a pasar. Y luego de pasar por esas calles imaginando la posibilidad de encontrarme con ese antiguo YO, creo que en definitiva le habría dado mi mano, le habría saludado efusivamente y le hubiera dicho cuánto le amo. Y claro... le habría dado un par de coscorrones o una puteadita de confianza para que se despabile. Pero culparle por haber perdido tanto tiempo... no, no lo hubiera hecho. Es parte de este presente que me ha impulsado a volver a escribir estas divagaciones, como suelo decir. 

No importa cuánto demoraste o demores en encontrar tu norte, en batallar contra tus propios miedos y demonios internos, en darte cuenta de que los tienes porque eso sí, esto es lo más difícil, reconocer que los tienes y que debes trabajar en ello. Pero no importa, el caso es que tarde o temprano se apagan las luces artificiales de las calles que te rodean y debes encender tu luz interior. Duro es, pero lo podrás lograr. 

Visto está que no soy millonario, ni he realizado grandes proezas, y que luego de años de lidiar con batallas personales veo el horizonte: aún faltan por realizar ciertas metas, aún dispongo del último reducto de energía divina, aun no tengo canas y sigue pendiendo en mí muchos hilos de vida. Porque siempre vuelvo a escuchar a mi alma, quien muy quedamente sigue diciéndome -ahora sí con sabia paciencia- "espera, algo debe y va a pasar¨...