sábado, 5 de julio de 2014

Me huele a soledad jijiji

Querido rami:


No le veo problema a la soledad.
Aunque en mi adolescencia ni loco lo hubiera dicho, claro. Pero es mi verdad. A veces hay seres que nacemos para confrontar a la soledad, mirarle a la cara y decirle: "soy más importante que tú".
De pequeño me habitué a vivir conmigo mismo, en un mundo imaginario que fue alentado por mis hermanos mayores y el cuidado de mis padres. Tuve amiguitos y sí que me divertí, pero me hice tan individualista... mis padres, quienes no tuvieron acceso a estudiar más que algunos años de escuela, no podían ayudarme con las tareas. Mis hermanos, embullados en sus vidas adolescentes, poco pudieron hacer conmigo. Pero así y todo yo no le vi problema al asunto. Me divertí rayando y haciendo a mi manera las tareas. Fui el mejor de la escuela. Debieras haberme visto. Qué años más hermosos!!.
Pero llegó la maldita adolescencia y todo ese ser interno se me desmoronó. La urgencia de pertenecer, de dejar mi individualidad y mundo imaginario me hicieron sucumbir. No importó seguirle haciendo crecer a quien yo ya era. La premisa era dejar de ser yo, aparentar para caer bien, para odiosamente ser popular, urgido de afecto cuantitativo. Leves indicios tenía mi voz interior de rebelarse y de ir contra la corriente: “Por qué tienes que seguir a otros como borrego? Si tanto pregonas la libertad por qué te boicoteas queriendo ser como los demás, por qué no haces tú la diferencia y eres tú mismo. Estoy seguro de que a quienes más quieres imitar están igual, tan o más llenos de incertidumbre que tú ”… pero era frágil. La adolescencia nos pone así. Y sucumbí. Cada día me daba a la lucha de aniquilar mi voz interior. De escuchar las otras voces, del grupito al que quería pertenecer. Quería ser como ellos, ser popular, ir de fiesta en fiesta, reír como ellos, disfrutar como ellos, parecer tan “cool” como ellos, decir malas palabras así de fácil, quería ser “bonito” como ellos… no como yo. Yo estaba mal. Ellos eran lo que yo quería. Y cuando fracasé estrepitosamente en mis intentos de ser así y de pertenecerles fue cuando me di cuenta –por primera vez- que estaba solo, que sólo me tenía a mí mismo. Y debí aprender. Recogí mis pasos al mundo imaginario, mi voz interior, mi fe. Y volví a vivir, a valerme por mí mismo, a ser autosuficiente.
Tal adolescencia fue la única etapa en la que se puede decir que tuve miedo. Hoy no. Y el problema no son las personas que me quieren. Algunas dicen que me aman. Pero yo no puedo entender el amor sin espacios, sin vidas separadas y sin embargo perfectamente sincronizadas. Yo no dependo. Odio las dependencias. Vivo y dejo vivir, y esto se circunscribe al amor. Cada quien tiene sus caminos y redondeles. Y que tales vericuetos coincidían de cuando en cuando me parece de lo más perfecto. Me repiten “te amo”, pero no puedo responderles de la misma forma que ellas esperan. No como ellas lo exigen, con muestras y repertorios amplios. Seguro tienen razón dos que tres que han dicho que soy yo el del problema. Pero entonces debo esperar a quien tenga el mismo problema, la misma neurosis, y hasta la misma fobia al compromiso. Total es mi problema. De momento soy feliz así. Y en el momento en que se trastoca el camino y esa ligera pendiente quiere llevarme a tales despeñaderos paro en seco y dejo en libertad. Mi pregunta ya no es “por qué se complican en el amor?” no. Ni siquiera ansío respuestas. Porque para esas alturas ellas ya han empezado a odiarme. 
Estoy bien así. Y he leído y descubierto que los artistas –muchos- mueren en la más completa soledad. Lo que nadie ha descubierto –tal vez no les han preguntado a tiempo- es que si fueron felices habiendo elegido la salida más fantástica y valiente del mundo: la compañía de la soledad, que vendría a ser la compañía de uno mismo. Preferir estar solo que mal acompañado es el lema de artistas como Greta Garbo o Margarita Yourcenar. Tal elección me parece la más arriesgada y la más valiente de cada ser humano. Pocos lo hacen, no?
Yo soy artista. Al menos así me considero. Se debe estar un poco loco para afirmarlo. Y con eso querido Rami ya te he dicho más que suficiente J
Me imagino la vida de todas las personalidades que optaron por tal ostracismo,  y no creo que hayan sido del todo infelices. Conozco de gentes casadas o en compañía de familiares y amigos y aun así si les pregunto si son felices me quedan viendo cual bicho raro. Para entonces su mirada me lo ha dicho todo. A mí parecer la compañía de alguien no te garantiza la felicidad, como tampoco la soledad te la puede ofrecer. Y para terminar, te recuerdo que una tarde entrevistaste a un supuesto perito del pensamiento positivo.

Recuerdas que el tipo tenía en su extensa hoja de vida cursos, seminarios y cargos importantes que avalaban su años de experiencia motivando a las personas? Y era un experto internacional que iba a dar charlas carísimas al respecto. Pues bien, en el momento en el que le preguntaste si era feliz, él repitió el mismo gesto que las personas incrédulas o secretamente inconformes logran inconscientemente ubicar en sus rictus. “Felicidad? Feliz? Bueno, la felicidad es…” recuerdas que con amabilidad lo paraste en seco preguntándole con simpatía excesiva: “no, no le pedí un concepto. Sólo quiero saber si usted es feliz”. Su respuesta evidentemente no te convenció luego de unos segundos de espamo: “Sí, por supuesto, soy feliz…”