Querido
rami:
No le veo problema
a la soledad.
Aunque en mi
adolescencia ni loco lo hubiera dicho, claro. Pero es mi verdad. A veces hay
seres que nacemos para confrontar a la soledad, mirarle a la cara y decirle:
"soy más importante que tú".
De pequeño
me habitué a vivir conmigo mismo, en un mundo imaginario que fue alentado por
mis hermanos mayores y el cuidado de mis padres. Tuve amiguitos y sí que me
divertí, pero me hice tan individualista... mis padres, quienes no tuvieron
acceso a estudiar más que algunos años de escuela, no podían ayudarme con las
tareas. Mis hermanos, embullados en sus vidas adolescentes, poco pudieron hacer
conmigo. Pero así y todo yo no le vi problema al asunto. Me divertí rayando y
haciendo a mi manera las tareas. Fui el mejor de la escuela. Debieras haberme
visto. Qué años más hermosos!!.
Pero llegó
la maldita adolescencia y todo ese ser interno se me desmoronó. La urgencia de
pertenecer, de dejar mi individualidad y mundo imaginario me hicieron sucumbir.
No importó seguirle haciendo crecer a quien yo ya era. La premisa era dejar de
ser yo, aparentar para caer bien, para odiosamente ser popular, urgido de
afecto cuantitativo. Leves indicios tenía mi voz interior de rebelarse y de ir
contra la corriente: “Por qué tienes que seguir a otros como borrego? Si tanto
pregonas la libertad por qué te boicoteas queriendo ser como los demás, por qué
no haces tú la diferencia y eres tú mismo. Estoy seguro de que a quienes más
quieres imitar están igual, tan o más llenos de incertidumbre que tú ”… pero
era frágil. La adolescencia nos pone así. Y sucumbí. Cada día me daba a la
lucha de aniquilar mi voz interior. De escuchar las otras voces, del grupito al
que quería pertenecer. Quería ser como ellos, ser popular, ir de fiesta en
fiesta, reír como ellos, disfrutar como ellos, parecer tan “cool” como ellos,
decir malas palabras así de fácil, quería ser “bonito” como ellos… no como yo. Yo
estaba mal. Ellos eran lo que yo quería. Y cuando fracasé estrepitosamente en
mis intentos de ser así y de pertenecerles fue cuando me di cuenta –por primera
vez- que estaba solo, que sólo me tenía a mí mismo. Y debí aprender. Recogí mis
pasos al mundo imaginario, mi voz interior, mi fe. Y volví a vivir, a valerme
por mí mismo, a ser autosuficiente.
Tal adolescencia
fue la única etapa en la que se puede decir que tuve miedo. Hoy no. Y el problema
no son las personas que me quieren. Algunas dicen que me aman. Pero yo no puedo
entender el amor sin espacios, sin vidas separadas y sin embargo perfectamente
sincronizadas. Yo no dependo. Odio las dependencias. Vivo y dejo vivir, y esto
se circunscribe al amor. Cada quien tiene sus caminos y redondeles. Y que tales
vericuetos coincidían de cuando en cuando me parece de lo más perfecto. Me repiten
“te amo”, pero no puedo responderles de la misma forma que ellas esperan. No como
ellas lo exigen, con muestras y repertorios amplios. Seguro tienen razón dos
que tres que han dicho que soy yo el del problema. Pero entonces debo esperar a
quien tenga el mismo problema, la misma neurosis, y hasta la misma fobia al
compromiso. Total es mi problema. De momento soy feliz así. Y en el momento en
que se trastoca el camino y esa ligera pendiente quiere llevarme a tales
despeñaderos paro en seco y dejo en libertad. Mi pregunta ya no es “por qué se
complican en el amor?” no. Ni siquiera ansío respuestas. Porque para esas alturas ellas ya han empezado a odiarme.
Estoy bien
así. Y he leído y descubierto que los artistas –muchos- mueren en la más
completa soledad. Lo que nadie ha descubierto –tal vez no les han preguntado a
tiempo- es que si fueron felices habiendo elegido la salida más fantástica y
valiente del mundo: la compañía de la soledad, que vendría a ser la compañía de
uno mismo. Preferir estar solo que mal acompañado es el lema de artistas como
Greta Garbo o Margarita Yourcenar. Tal elección me parece la más arriesgada y
la más valiente de cada ser humano. Pocos lo hacen, no?
Yo soy
artista. Al menos así me considero. Se debe estar un poco loco para afirmarlo. Y
con eso querido Rami ya te he dicho más que suficiente J
Me imagino
la vida de todas las personalidades que optaron por tal ostracismo, y no creo que hayan sido del todo infelices. Conozco
de gentes casadas o en compañía de familiares y amigos y aun así si les
pregunto si son felices me quedan viendo cual bicho raro. Para entonces su
mirada me lo ha dicho todo. A mí parecer la compañía de alguien no te garantiza
la felicidad, como tampoco la soledad te la puede ofrecer. Y para terminar, te
recuerdo que una tarde entrevistaste a un supuesto perito del pensamiento
positivo.
Recuerdas que
el tipo tenía en su extensa hoja de vida cursos, seminarios y cargos
importantes que avalaban su años de experiencia motivando a las personas? Y era
un experto internacional que iba a dar charlas carísimas al respecto. Pues bien,
en el momento en el que le preguntaste si era feliz, él repitió el mismo gesto
que las personas incrédulas o secretamente inconformes logran inconscientemente
ubicar en sus rictus. “Felicidad? Feliz? Bueno, la felicidad es…” recuerdas que
con amabilidad lo paraste en seco preguntándole con simpatía excesiva: “no, no
le pedí un concepto. Sólo quiero saber si usted es feliz”. Su respuesta
evidentemente no te convenció luego de unos segundos de espamo: “Sí, por
supuesto, soy feliz…”